Esta mañana, la luz se prendió y salté de mi cama radiando con una idea. Agarré mi caja de pinturas, bolsa de pinceles, y un par de botellas plásticas cortada a la mitad para llenar con agua. Distribuí los materiales y los utensilios en la mesa y, con un lápiz en la mano, me senté a hacer un esbozo. Tan pronto que la punta del lápiz tocó el papel, sentí un cambio en el ambiente. El cuarto pareció levemente y progresivamente más frío. «¿Está abierta la ventana?» Pensé dentro mío: «¿De donde viene esa briza fría?»
En el papel, hice una línea larga y curvada con la intención de hacer varias más, pero la briza fría ahora se dirigía en pequeños soplos directamente en la parte trasera de mi cuello. Giré mi cabeza y ahí estaba, vestido de pantalón negro, zapatos negros, y una camisa color gris oscuro. Su cabello también era negro y su cara era pálida y con el ceño fruncido, y sus ojos parecían perforar mi cráneo, tanto para leer mis pensamientos y para proyectar los suyos. «Ay, por favor, no te levantes,» me dijo: «Preferiría que te quedaras ahí sentado y pensando en cómo vas a aprovechar estas horas preciosas de la mañana.»
Volví a mirar la mesa y luego mis manos. La habilidad de sentir lentamente se escapaba de mis manos y el lápiz se cayó al piso. Intenté pararme pero sogas gruesas se habían envuelto justamente en mi cintura atándome a la silla.
«¿A dónde vas? Pensé que tenías otra de tus… ideas grandiosas,» me dijo. Se paraba a uno dos metros detrás de mí, así que no lo podía ver pero juro que podía sentir el olor a desprecio en su aliento. Continuó: «Dale. Estoy seguro que esta será mucho más exitosa que la última, sin mencionar la otra, y la de antes que esa, y la de antes que aquella.» De repente se fue la fuerza en mi cuello y ya no pude sostener mi cabeza. Mi estómago se cayó atravesando el piso a un abismo.
Quería gritar por socorro, pero ya no tenía voz. Podía ver el nudo que me ataba a la silla, era sencilla. Fácilmente podría deshacerlo, si tan solo respondieran mis mano.
Él: Sabes, yo preferiría no perder mi tiempo contigo, pero a la vez, no tengo nada mejor que hacer. Así que aquí estoy para recordarte que tú sí tienes cosas mejores que hacer. Todo esto podría terminarse ahora mismo. Sólo prométeme guardar todas esas cosas y revisar tu correo, o lava los platos. Ah, tengo una idea. ¿Por qué no pones tu guitarra en eBay junto con todas esas otras cosas con las cuales siempre haces bulla? Tal vez alguien que de verdad sabe tocarlas te aliviará de ellas. Podrías usar el dinero para comprar muebles más bonitos o algo.
Aunque mi cuerpo estaba paralizado, todavía podía sentir la estaca astillosa clavando mi espalda, amenazando perforar mi corazón. Él tomó un par de paso adelante, se acercó y dijo directamente en mi oreja izquierda.
Él: Deja de ser tan egoísta y terco. Ya eres muy viejo para esto. Tienes otras responsabilidades. Ríndete ahora antes de hacer de ti mismo una vergüenza aún más grande.
Sentí una chispa y una pequeña llama se encendió justo entre mi barriga y mi pecho. Fue como una brasa caliente de rabia que ardió hasta hacer un hueco en mi piel y caerse dentro de mi cuerpo. Mi respiración se hizo corto y rápido. Hasta ahora, yo había esperado que alguien viniera a ayudar y salvarme. Pero ahora entiendo que nadie viene. Estaba solo y yo tenía que liberar a mí mismo. ¿Pero cómo? Sumergido en impotencia mi cuerpo se cubrió de piel de gallina. Cerré mis ojos y respiré hondo un par de veces. Cuando abrí los ojos, vi la esquina del papel moviéndose mientras sentía una briza suave y cálida venir de la mesa. «No eres impotente,» la briza cálida pareció susurrar: «No puedes usar tu cuerpo pero tu mente es más poderosa que lo puedes imaginar.» Había algo con la manera que dijo imaginar. Hizo eco en mi mente. No era solamente la última palabra de una frase típica. Fue una instrucción. Con mi cabeza colgándose de mi cuerpo, fijé mis ojos en el lápiz que se había caído de mi mano. Aunque no podía hablar en voz alta, en mi mente hablé a ese lápiz: «Ven.» Comenzó a temblar y luego se levitó un poco. Podía controlarlo. Estaba conectado y alineado a mi imaginación. Lo traje hasta mi cintura y con el borrador toqué la soga. La soga desapareció. Mi cuerpo se cayó de la silla y golpeó el piso frío de cerámica. El lápiz todavía flotándose en el aire, lo levanté y apunté la punta hacia el invitado no deseado. «No,» me dijo: «Estoy aquí para ayudarte. Sólo quiero lo mejor para ti.»
El lápiz creció hasta el tamaño de una lanza y lentamente se movía hacia su pecho. Él agarró la punta con sus dos manos para pararlo, pero no se detenía. Sentí algo invisible levantarse de mí. Mi fuerza lentamente entró en mi cuerpo nuevo. Cuidadosamente me puse de pie. Le enfrenté, y al alzar mis manos a la altura de mi pecho, tubos de pintura y pinceles se levantaron de la mesa detrás de mí. Entonces hablé palabras que parecía saltar de mi alma: «¡Fui creado para crear y eso es exactamente lo que haré! ¡Ya no escucharé, ni tus mentiras ni tus verdades a medias! ¡No eres bienvenido aquí! ¡Sal!» «¡Yo volveré!» gritó. «Yo sé,» le respondí: «y te estaré esperando.»
La puerta se abrió detrás de él y fue succionado y lanzado al horizonte. Una sensación de paz se llenó el cuarto y respiré hondo. Me volví a sentar en la mesa y continué dibujando.
¿Te identificas con este cuento? ¿Luchas con tu crítico interior que te dice que no puedes o no eres suficiente? Si es así, por favor cuéntame sobre tu experiencia en los comentarios.